Por mano propia: Capítulo XXIII

Por mano propia Portada“En no pocos casos las consecuencias fueron fatales y la víctima falleció durante la sesión de tortura, o por sus secuelas. Ante la muerte de torturados la Policía stronista siempre quiso justificar. El caso de Arturo Bernal, por ejemplo, ilustra lo anterior. Tras su deceso, la versión oficial fue que expiró a consecuencia de una larga y penosa enfermedad”. Informe de Amnistía Internacional

“En 1976 y 1980 se realizaron sitios y ocupaciones a comunidades enteras en donde la violencia era expansiva e iba dirigida a adultos y a niños por igual, sin diferenciación. Los niños y niñas sufrieron la violencia política incluso desde su nacimiento. Además varias personas fueron víctimas más de una vez, inicialmente en el período de la niñez y adolescencia y posteriormente como adultos”. Comisión de Verdad y Justicia. Agosto, año 2008

Tras echar sobre el ataúd, a golpe de brazos y piernas, la última porción de tierra, José Julio y Sinforiano Augusto, abrazados e inmóviles, se encuentran frente a la tumba de Laurita. La adolescente fue sepultada, sin lujos, no lejos del hogar. Una cruz indica que debajo del montículo de tierra que sobresale contiguo descansa, para siempre, un ser humano. Las pocas flores que, en el velorio cubrían el sarcófago, cumplen la misma función en el sepulcro de Laura Amalia. José Julio rompe el abrazo con su progenitor.

–Es muy duro todo esto, papá- asegura lloroso.

Lentamente da 2, 3, 4 pasos y se hinca de rodillas junto al humilde panteón.

–¿Por qué, mi niña?- pregunta llorando- ¿Por qué a ti? ¿Por qué te hicieron esto, Laurita? ¿Qué daño hiciste?

No comprende José Julio. No puede comprender. Su niña, su hijita, su princesa nunca hizo el mal, sino todo lo contrario.

–¿Por qué, papá? ¿Por qué a ella? ¿Por qué precisamente a ella, a nuestra princesita? Respóndeme. ¿Por qué le hicieron esto a tu nietecita querida?

Pero Sinforiano Augusto tampoco tiene respuestas.

–Esto no puede ser verdad, viejo.

Al igual que el hijo, sufre. Al igual que el hijo, llora. Al igual que el hijo, no cree que Laurita se haya marchado para siempre.

–Laurita, yo juro que voy a encontrar a quien hizo esto. Lo juro, mi niña. Juro, por ti, por tu memoria, que voy a vengar tu muerte aunque en el intento me vaya la vida. El que te asesinó, el que hizo que te fueras para siempre, con apenas 14 añitos, va a pagar, Laurita, sea quien sea, va a pagar. Lo juro por la memoria de tu abuela, por la memoria de tu mamá, por tu memoria. Voy a vengar tu muerte, hijita. Voy a vengar tu muerte aunque tenga que convertirme en un asesino.

Es la sentencia de José Julio.

–Voy a vengar tu muerte, mi niña.

Es el más grande anhelo de un padre que ha perdido a su hija.

–Lo juro.

Se levanta.

–Mil veces lo juro. Mil, millones de veces lo juro. Yo encuentro al asesino de la niña, yo mato al que hizo esto, yo le vengo a Laurita por mano propia, aunque muera en el intento.

Va hacia donde Sinforiano Augusto.

–¿Vamos, papá?

Lo abraza.

–Es tarde.

Lo besa.

–Ya está oscureciendo.

Pero las lágrimas no permiten que el abuelo articule palabras.

–Vámonos, viejo.

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