Mi madre y el deporte, como de la tierra a la luna

La autora de mis días vive en constante divorcio con las disciplinas atléticas.

De hecho, y lo van a constatar en este comentario, no solo nosotros— refiero a su círculo familiar más cercano: el viejo, mi hermano, yo…—, sino, que allegados nuestros, también le hacían bromas, o le hacen aún, a la autora de mis días sobre los nulos conocimientos deportivos que posee.

José de la Caridad Ciérvide Hernández, el legendario «Pepito»— un poco mi padre, otro tanto mi hermano, y uno de los tutores y paradigmas profesionales que me iluminan—, solía llamar por teléfono, a altas horas de la noche, para preguntarle a «Cacha» sus impresiones sobre «la labor de Lázaro Valle, desde el montículo de Industriales, contra Pinar del Río» o «estoy confeccionando un ranking sobre los mejores boxeadores cubanos de todos los tiempos, y necesito tu opinión».

Obviamente, la conversa culminaba a carcajadas— de ambas partes—, porque «Pepito», precisamente, es ejemplo de cubano ocurrente, digno émulo de José Ciérvide, «Pepe» o «El chivo» que a pesar de las décadas transcurridas desde su temprano fallecimiento, sus anécdotas engrosan el acervo histórico de «La emisora de la familia cubana».

Su primera y única visita a un estadio de béisbol

Fue durante los XI Juegos Panamericanos que entre el 2 y el 18 de agosto de 1991 se concretaron en Ciudad de la Habana.

Un grupo de vecinos— mis viejos incluidos—, se aventuró al estadio «Latinoamericano» para presenciar un partido de béisbol, sin relevancia alguna, entre equipos que no recuerdo.

A la altura del sexto inning, ¡imagínense, había transcurrido más de la mitad del encuentro!, surge la pregunta de mi madre: «¿cuándo comienza el juego?».

Alberto Damián, y el resto de los acompañantes, dirigió su mirada a la autora de mis días por la insólita interrogante: «Caridad, empezó hace como dos horas», respondió mi padre en voz baja; «ay, no me había dado cuenta. Es que como no escucho ni a Eddy Martin ni a Héctor Rodríguez…».

Ella, que nunca antes— y tampoco después—, había visitado un estadio de béisbol, imaginó que, como sucede en la transmisión televisiva, en el recinto también se reproducían las voces de comentaristas y narradores.

«Yo jugué baloncesto en la escuela»

La vieja siempre comentó sobre su efímero y trivial desempeño en el deporte de las cestas y los balones.

«Y llegó a gustarme».

Nosotros, a pesar de que ella siempre ha estado de espaldas a los deportes, le creímos a rajatabla, luego de sorprendernos, y nos convencimos de sus afirmaciones.

Atlanta fue la sede, en 1996, de los Juegos Olímpicos del Centenario, y el viejo y yo— fanáticos a ultranza de esos eventos—, estábamos viendo el partido por la discusión de la medalla de oro del voleibol masculino entre las selecciones de Holanda e Italia—, para muchos, para mí, uno de los más disputados en la historia del deporte de «la malla alta»—, que concluyó con victoria de «Los tulipanes» por tres sets a dos.

Poco antes de terminar el encuentro, Caridad se suma a nosotros en calidad de espectadora— papá y un servidor también fungíamos como improvisados comentaristas y estrategas—, y tras un breve silencio escuchamos: «me encanta el baloncesto, yo lo jugaba en la escuela».

A casi veinte y siete años de la anécdota todavía me queda la duda si mi madre fue baloncestista o voleibolista en su lapso colegial.

«¿Quiénes están boxeando?»

Tres años después a 1996, en 1999, en Houston, Texas, se celebró el X Campeonato Mundial de Boxeo Amateur.

¡Tristemente inolvidable por las decisiones arbitrales, no solo contra de los pugilistas antillanos!

La pelea entre el cubano Juan Hernández Sierra y el ruso Timur Gaidalov— por el oro de la división welter, 67 kilogramos—, fue una de las más protestadas.

En un inicio los jueces dieron, injustamente, al europeo como ganador y tras una airada reclamación de la delegación de la isla, Hernández Sierra fue proclamado campeón del mundo.

Vivimos minutos de extrema incertidumbre— el viejo y yo, siempre espectadores, estrategas, comentaristas, y, en ese momento, demandantes—, que tuvo su momento de relajación cuando mi madre preguntó desde la cocina: «¿quiénes están boxeando?».

«José Raúl Capablanca y Alberto Juantorena», le respondí sin darme cuenta de que Marcelina Gabina Juana de la Caridad Martínez González algo conoce de deportes.

Lo que me dijo no lo voy a repetir, pero me mandó bien, pero bien lejos.

Para que comprendan mejor, el cubano Alberto Juantorena es campeón olímpico, en los Juegos de Montreal’ 1976, en las distancias de 400 y 800 metros planos. José Raúl Capablanca, también cubano, es el único ser humano de habla hispana Campeón Mundial de Ajedrez, categoría de mayores; Capablanca mantuvo el título entre 1921 y 1927.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s