Dos muertes, con apenas 20 años

ImageLa Habana, 1958. Es La Habana la capital de Cuba. Es La Habana donde nunca se duerme. Capital caribeña de la simbiosis musical. Capital caribeña del béisbol y el boxeo. El béisbol cubano que, desde 1941, reina en el Caribe y el mundo. El boxeo que vive orgulloso de muchos cubanos, especialmente de Eligio Sardiñas, de ese negro mundialmente conocido como “Kid Chocolate”, obligado en 1938 con solo 28, años de edad, a abandonar el deporte de las coliflores por la vida tan desordenada que tenía.

La Habana. 1958. Palacio de los Deportes. En uno de los camerinos un boxeador, de apenas 15 años, tira golpea imaginarios al aire. Dentro de minutos va a hacer su debut en el pugilismo profesional. Su nombre es Ultiminio Ramos y se va a enfrentar a José Blanco, “El Tigre”, español de nacimiento, pero cubano de corazón:

–       Tienes que debutar por la puerta grande. Sal a acabar con él- Indica “Kid Rapidez” entrenador del adolescente- “El Tigre” es mayor que tú, pero su tiempo pasó.

El Palacio de los Deportes de La Habana está repleto. Las 2 peleas que integran el programa nocturno prometen. En la primera Ultiminio Ramos se enfrenta al “Tigre Blanco”; a segunda hora el plato fuerte de la noche, a segunda un clásico de clásicos: “Pupy” García ante Ciro Moracén. “Pupy” y Ciro. Ciro y “Pupy”. Ambos rivales en el ring. Ambos grandes amigos en lo personal. Hermanos inseparables. Ambos que, cumpliendo la ética profesional, se acercan a Ultimio:

–       Suerte, muchacho.

–       Aprovecha tu mano izquierda y pega duro a su mandíbula. Fuerte con ese gancho.

Ambos que, cumpliendo con la ética profesional, se acercan al “Tigre Blanco”:

–       Tienes que volver a ser el de antes, “Tigre”.

–       ¿Qué pasa, “Felino”? ¿Quién ha visto que con 22 años se está acabado en el boxeo?

Y es cierto. José “El Tigre” Blanco, con apenas 22 años, ya ha visto pasar sus momentos de gloria. Sus 2 primeros años fueron tan fructíferos que muchos vieron en él a un futuro campeón mundial. Pero las malas compañías sumadas al demasiado dinero puestos en manos tan jóvenes provocaron su precoz viaje cuesta abajo:

–       Todavía estás a tiempo, José- Le aconsejó su madre- Pero si no te sientes bien lo mejor es que te retires. Conviene una retirada a tiempo que un lamento eterno.

Pero “El Tigre Blanco” no quería retirarse. Se aferraba a la gloria deportiva. A una gloria deportiva inexistente.

El Palacio de los Deporte de La Habana ruge. Ambos contendientes en sus respectivas esquinas. Ya han sido presentados y esperan el sonido de la campana indicando el inicio de las hostilidades del primer round.

Se escucha el campanazo y ambos boxeadores van al centro del cuadrilátero. Comienza la pelea.

Como es costumbre, los primeros segundos se suceden en un continuo estudio por parte de ambos. Ultiminio escruta al “Tigre”. “El Tigre”, por su parte, no quiere descuidarse. Sabe que su rival, aunque joven tiene una temible pegada. El público, ante tan poca acción, comienza a desesperarse y exige más acción:

–       Deja que te ataque, “Tigre”, no lo hagas tú.

Pero “El Tigre”, erróneamente no sigue el consejo de su entrenador y va a al ataque. Marca con el jab pero al querer golpear con el recto de derecha a la cara de Ultiminio, falla. Falla y lo aprovecha su oponente para iniciar una andanada de golpes siniestra. Diabólica. Tétrica. Sanguinaria. En pocas palabras: Mortal.

Ultiminio golpea y el público ruge. Pagó por ver un buen espectáculo y el joven de 15 años lo está ofreciendo ante un indefenso “Tigre Blanco” que apenas se cubre el rostro. Los golpes van al rostro del español. Los golpes que, con una rapidez asombrosa, hacen diana en su cabeza. Uno… Dos… Tres… Y “El Tigre” comienza a sangrar por la boca. Cuatro… Cinco… Seis… Y “El Tigre” comienza a sangrar por la nariz… Siete… Ocho… Nueve… Y, lo que nunca visto, “El Tigre” comienza a sangrar por los oídos…

–       Es un abuso- Gritan algunos del público- Paren la pelea.

Pero no. La pelea continúa. O, para ser más justo, el abuso continúa. Es un abuso lo que está cometiendo, pero hay mucho dinero en juego Ultiminio Ramos con el “Tigre Blanco”. Ultiminio pega. Pega mucho. Pega duro. Pega a un “Tigre Blanco” que nada puede hacer. Pega con odio. Pega con saña. Pega… Pega… Pega… Hasta que “El Tigre Blanco” cae a la lona y el árbitro cuenta:

–       Uno… Dos… Tres… Cuatro…

Quiere incorporarse pero no puede. Se tambalea pero vuelve a caer. Su joven rostro está tinto en sangre:

–       Siete… Ocho… Nueve… Diez… Fuera de combate

El árbitro, tras decretar que concluyó la pelea, ayuda al “Tigre” a ponerse de pie:

–       ¿Cómo te sientes?

–       Bien- Responde el joven de 22 años- Estoy bi…

No logra concluir la frase y cae a la lona. Cae como fulminado. Abre los ojos desmesuradamente, se lleva la mano a la cabeza y comienza a convulsionar. Sube el médico Ángel Alberto Lallama. Sube y, ante el espectáculo tan dantesco que presencia su orden es solo una:

–       Llévenlo a la clínica más cercana.

Años después Ultimnio Ramos, radicado en los Estados Unidos, afirmaba en una entrevista:

–       Lo hospitalizaron pero murió. El pobre “Tigre Blanco” estuvo 2 días en coma y falleció. Mi golpiza le provocó severas contusiones cerebrales que le produjeron un derrame. ¿Sabe? Desde ese día me parece ver al “Tigre” en todas partes. Desde ese día empecé a dormir con alguien y hasta la fecha no he podido dormir solo.

Ultimio Ramos vivió el drama de provocar la muerte con sus puños, no una, sino dos veces. Primero a José “El Tigre” Blanco, en 1958 en La Habana, y cinco años más tarde, el 21 de marzo de 1963, al afroestadunidense Davey Moore. Esa noche conquistó el título mundial, en el legendario estadio de béisbol “Chávez Ravine” de Los Ángeles, pero sumó otra víctima a sus escasos 20 años.

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